¿Sigue soñando Hollywood con ovejas eléctricas?
- Sandra Bustamante M.
- 1 mar 2015
- 6 Min. de lectura

¿Sigue soñando Hollywood con ovejas eléctricas?
A más de treinta años del estreno de la icónica “Blade Runner”, película que marcó a toda una generación de cinéfilos y entusiastas de las cintas de ciencia ficción, se anuncia una segunda entrega con Harrison Ford en el protagónico, repitiendo el rol que lo hiciera aún más famoso -si se puede- después de interpretar a Han Solo en la saga de Star Wars, el de Rick Deckard. Para los que también somos entusiastas de la literatura de ciencia ficción, “Blade Runner” nos dejó muchas preguntas sin contestar. Los personajes principales se diluyen en la película y no alcanzan los niveles filosóficos y emotivos que tienen en la novela, algo que bajo el lente hollywoodense sería extremadamente difícil.
La novela de Philip K. Dick, “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”, publicada originalmente en 1968, nos plantea al año de 1992 en un futuro distópico, apocalíptico pero a la vez cotidiano. La tierra sufre un proceso de Kippelización, esto es, todo el planeta está infestado de un polvo radiactivo, producto de la Guerra Mundial Terminal que casi borra a los animales, plantas y humanos. Este polvo se mete en todos lados, deteriorándolo todo. El paisaje que nos ofrece es desolador: solo existe una pequeña porción de la población humana, tratando de emigrar a otros planetas; las ciudades están abandonadas, con miles de edificios semiderruidos por el desgaste del Kippel y con unos pocos habitantes que aún no deciden marcharse o con los que por cuestiones de salud (mutaciones debidas a la radiación) ya no pueden hacerlo, pues no son candidatos viables para colonizar otros planetas.
Las pocas ciudades que quedan habitadas en la Tierra tienen también, al lado de la destrucción y de la Kippelización –que es prácticamente un proceso entrópico- un alto nivel tecnológico: existen androides que se confunden con humanos; máquinas como el Órgano de ánimos Penfield o la Caja de Empatía, los cuales hacen variar el estado de ánimo de las personas, y pueden controlar y programar las emociones humanas; existen también animales eléctricos, perfectas réplicas de animales extintos e incluso escasos debido a la gran extinción ocasionada por la guerra. Es justamente esto lo que obsesiona a Deckar, pues debió reponer su oveja original por una eléctrica para guardar las apariencias. El hecho de poseer una mascota viva le da una familia un cierto status por los altísimos costos de poseer un animal real. Esa la motivación de Deckard para aceptar el caso de eliminar él solo a seis androides renegados que regresaron de manera ilegal a la Tierra; ése bono económico le servirá para comprarse un animal vivo.
En el ambiente de la novela, existe una jerarquía omnisciente acerca de quienes importan más: en primer lugar los animales vivos son las especies más preciadas del planeta; los seres humanos parecen no importar tanto dentro de esa sociedad futurista planteada por P.K. Dick; por último encontramos a los androides, esos seres creados por humanos a su imagen y semejanza, con unas condiciones orgánicas superiores en muchos aspectos al de una persona promedio, cuyo destino es servir a sus creadores, en condiciones que se nos pueden antojar esclavistas, si perdemos de vista que los androides, después de todo son máquinas. Este es precisamente el nudo principal de la historia, a donde se supone que la diferencia entre androide y humano es la capacidad de tener empatía, de ponerse en el lugar del otro y sentir ese cuidado por la especie, ese amor al prójimo. Como los androides no sienten y no pueden desarrollar esta serie de emociones que los identifique, está más que justificado el hecho de hacer uso de ellos en campos de trabajo en otros planetas, y de eliminarlos de ser necesario, porque no pueden ni deben vivir con los humanos terrestres.
Todo esto va marchando en la novela hasta que la compañía que fabrica los androides, la Rosen Association, decide lanzar su nuevo modelo, el Nexus-6, capaz de resistir condiciones climatológicas extremas y con una unidad cerebral considerada más inteligente que el promedio de las personas. Con esta capacidad física y esta supuesta inteligencia superior, los Nexus-6 parecen difíciles de controlar y más dispuestos a regresar a la Tierra para confundirse y vivir con los humanos. Deckard tiene una sola manera de saber si un androide lo es o si se trata de una persona: el test de empatía de Voigt-Kampff, que mide el movimiento ocular como respuesta a un disparador emocional de las preguntas ya establecidas y catalogadas. Como se supone que un androide, a diferencia del humano promedio, no siente empatía, el test es una prueba irrefutable para identificarlo.
“Para Rick Deckard, un robot humanoide fugitivo, equipado con una inteligencia superior a la de muchos seres humanos, que hubiera matado a su amo, que no tuviera consideración por los animales ni fuera capaz de sentir alegría empática por el éxito de otra forma de vida, ni dolor por su derrota, era la síntesis de los Asesinos” Este pensamiento es la justificación de Deckard para “retirar” a los androides, aunque el asunto se complicará al llegar a la Rosen Association y conocer a Rachel Rosen, sobrina de Elton Rosen, creador del Nexus-6. La novela, al haber planteado la trama principal en este punto, se desenvuelve básicamente en tres temas fundamentales: la realidad, la empatía y el racismo.
La realidad dentro de la novela es ambivalente; la Tierra es un lugar despreciado por los humanos pero valioso para los androides. Los animales son más apreciados que los humanos mismos, de manera que las empresas que se dedican a fabricar y dar mantenimiento a los animales eléctricos gozan de un gran prestigio dentro de la sociedad, esas empresas les permiten a las familias mantener un estatus digno mientras pueden hacerse de un animal verdadero. Nuevamente una ambivalencia, es un androide en forma de animal lo que da un respiro a las personas. Por otro lado, existen dos grandes figuras que destacan en esa sociedad, un actor de talk show y un líder religioso. Ambos tienen la ambivalencia recurrente en toda la novela, acerca de los valores de los humanos, lo que es bueno, lo que es malo y, sobre todo, lo que es real. Ambos personajes, el amigo Buster y Wilbur Mercer –el primero produce y actúa un programa de radio y t.v. 23 horas al día; el segundo es el líder religioso que les promete a los humanos la iluminación a través de la empatía- utilizan medios electrónicos y artilugios tecnológicos para llegar a las personas. Nuevamente este carácter ambivalente se ve reflejado en la novela al llegar a ciertas alturas y preguntarse el lector ¿Son ambos, Wilbur Mercer y el amigo Buster, androides?
El racismo salta desde las primeras páginas al percatarnos del trato y las nulas consideraciones que se dan a los androides, tan perfectamente similares a los seres humanos. Mientras avanzamos en la novela, nos identificamos con los problemas que tienen los Nexus-6 venidos al planeta, con esos fugitivos a los que Deckard debe retirar para poder cobrar esa gran bonificación. Esos nuevos modelos perfeccionados, superarán nuestras expectativas página tras página y nos harán preguntarnos por qué ese desprecio generalizado hacia ellos, ése temor de la raza humana para no verse superada por sus propias creaciones. Además de los androides, están los propios seres humanos “especiales” o biológicamente inaceptables: “Una vez calificado especial, un ciudadano quedaba, aunque aceptara la esterilización, al margen de la historia. Cesaba de pertenecer a la humanidad.” Un especial era menos que un ser humano, no tenía el derecho de esparcir sus genes ni a emigrar de la Tierra, debía conformarse con quedarse y ser empleado en labores menores.
Tanto la cuestión de la realidad como la cuestión del racismo en la trama nos llevan directamente al asunto de la empatía; los Nexus-6, se pasan toda la novela huyendo de Deckard y tratando de parecer humanos; de la misma manera, Rick Deckard trata de convencerse a sí mismo que está bien retirar androides, que no son capaces de sentir dolor o alegría o preocupación por otras formas de vida. Sin embargo, al tener relaciones con una androide se muestra incapaz de “retirarla” como sería su obligación; Rick no siente culpa, su conflicto es interno y Rachel lo resume así: “-Esa cabra- continuó Rachel- La quieres más que a mí. Y probablemente más que a tu esposa. Primero la cabra, después tu esposa, y finalmente…- se rió con alegría- ¿Qué se puede hacer sino reír?” Rumbo al final, ya no nos queda claro –sobre todo si recordamos el título- si Rick es o no un androide pues al final del día cumple su misión y retira con éxito a todos los Nexus-6, sin embargo esto no deja de pesarle y de provocarle una sensación de fracaso y de amargura.
Al terminar esta breve revisión de “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” nos damos cuenta que Ridley Scott agotó toda la trama principal de la novela, si bien se tomó demasiadas libertades al realizar una versión muy libre en su “Blade Runner”; hay enormes diferencias entre la película y la novela: la esposa de Deckard, el mercerismo, el culto a los animales y demás cuestiones filosóficas y éticas que no entran nunca en la película (enumerarlas sería material para otro escrito). La pregunta que yo lanzo al lector es la siguiente: si Hollywood siguió soñando con ovejas eléctricas ¿de dónde sacó esta vez el guión para entregarnos una segunda parte a donde aparecerá –según las últimas notas de la prensa cinematográfica- nuestro querido Harrison Ford repitiendo el rol de Deckard? Lo único que puedo asegurar es que nos encontraremos en la fila del estreno para descubrir lo que Hampton Fancher y Michael Green, los guionistas de Blade Runner 2, nos entregarán a todos los fans alrededor del mundo.
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